Felicidades a todos los maestros, que en este día renovemos nuestra vocación, porque Jesús les sigue llamando a formar parte de sus mensajeros y constructores del Reino, que a pesar de las dificultades mantengan el compromiso y la esperanza, porque la vocación trasciende lo temporal. Hoy más que nunca luchemos por construir el Reino de Dios en nuestro país y por revalorizar el ejercicio docente, porque, ¡qué profesión más valiosa que aquella que se empeña en cambiar el mundo!
Compartimos para la reflexión un extracto del libro "Jesús Maestro y Pedagogo" de Antonio Pérez Esclarín. El mayor anhelo de un educador católico debe ser configurarse cada día a la forma de ser del Maestro de maestros, Jesús de Nazaret.
SER MAESTRO A LO JESÚS: HACIA EL PERFIL
DE UN EDUCADOR CRISTIANO
Un educador cristiano es un apasionado de Jesús y su proyecto, que busca apasionar a
sus alumnos en el seguimiento de Jesús por amor y en el compromiso de la construcción
del reino. Es una persona espiritual, con espíritu, un testigo y misionero de la Buena
Noticia. Muy consciente de sus limitaciones, errores e incoherencias, pero seguro del
amor inquebrantable del Padre, siempre dispuesto a perdonarle y recibirle en sus brazos
amorosos, se esfuerza por parecerse cada vez más a Jesús, por pensar como Él, hablar
como Él, actuar en todo como El.. Entiende y asume que ser educador es continuar la
obra creadora de Dios, ayudar a cada persona a realizar su misión en la vida, a
desarrollar todas sus potencialidades y alcanzar su plenitud. Sabe muy bien que seguir a
Jesús implica proseguir su misión de construir la fraternidad y está muy consciente de
que su tarea de educador no se limita a enseñar programas, contenidos y materias o a
desarrollar competencias y habilidades, sino que se dirige esencialmente a enseñar a
vivir, a defender la vida, a dar vida, a dar la vida. Y entiende que, actuando así,
encuentra su propia plenitud, realiza el sentido de la vida, la salva, no la bota ni
malgasta.
Es una persona de fe comprometida, vital, comunitaria, empeñado en vivir los diez
mandamientos del Dios de la Vida:
1.-Creerás que Dios es el Dios de la Vida, que desea la vida en abundancia para todos y
no la muerte.
2.-No utilizarás el nombre del Dios de la Vida, para atentar contra la vida de nadie.
3.-Agradecerás a Dios la vida y la celebrarás como un gran don y una tarea.
4.-Defenderás la vida amenazada y honrarás a los que te han dado la vida.
5.-No matarás de ningún modo la vida, pues la vida es de Dios.
6.-Amarás y gozarás la vida sin egoísmos.
7.-No te apropiarás de los bienes que han sido creados para que todos vivan.
8.-Compartirás la vida con tu pueblo con toda verdad.
9.-Trabajarás para que todos tengan lo suficiente para vivir.
10.-Pondrás tu vida al servicio de los demás, hasta arriesgar tu vida por la vida de los
otros.
Estos diez mandamientos se resumen en dos: Amarás tu vida y la vida de tu pueblo
como vida de Dios.
Junto a este decálogo de la vida, el educador cristiano es una persona en formación, que
vive comprometido por ser cada día mejor persona y mejor cristiano, por abandonar los
hábitos de hombre o de mujer viejos e irse haciendo cada día un hombre o una mujer
nuevos, capaces de contribuir a la construcción de un mundo nuevo, del Reino de Dios
en la tierra. Por ello, también y sobre todo, es una persona de oración, y en el diálogo
con Dios va discerniendo su voluntad y va solicitando la fuerza y el coraje para serle
fiel siempre en las grandes opciones y en las menudencias diarias.
Desde que hace ya bastante tiempo cayó en mis manos una obrita de Don Pedro
Casaldáliga, titulada “los Rasgos del Hombre Nuevo”, siempre la he considerado como un excelente compendio del perfil de un educador cristiano. Sé que es un perfil ideal
que, como el horizonte en la historia de Eduardo Galeano, se aleja a medida que uno lo
persigue:
Había una vez un hombre y una mujer que, fascinados por ese paisaje de colorido y luz
que veían brotar frente a sus ojos, se dijeron fascinados:
-¡Vamos a buscar el horizonte!
Caminaban y caminaban, y a medida que avanzaban, el horizonte se alejaba de ellos.
Se dijeron entonces: “Vamos a caminar más rápido, no vamos a detenernos ni a comer
ni a descansar”. Pero, por mucho que apresuraban sus pasos, el horizonte seguía
siempre igualmente lejano, inalcanzable.
Hasta que al rato, cansados, agotados, con los pies aporreados y magullados de tanto
andar, se tumbaron sobre el piso y se dijeron desanimados: “¿Para qué nos sirve el
horizonte si nunca vamos a alcanzarlo?”
-Entonces escucharon una voz que les decía:
-¡Para que sigan caminando!
En educación, como en la vida, “no hay camino hecho. Se hace camino al andar”. El
horizonte de vida que nos presenta Don Pedro en “Los Rasgos del Hombre y de La
Mujer nuevos” sirve para seguir caminando, y así hacer camino. El único modo de
conseguir el horizonte es seguirlo buscando. La meta no está al final del camino, sino
que consiste precisamente en seguir caminando y buscando siempre, en no claudicar, en
administrar la esperanza y seguir fieles tras las huellas de Jesús, siguiendo sus pasos.
Un caminar en la búsqueda de una educación siempre renovada, que responda a la
apasionante misión de presentar a los alumnos el proyecto de Jesús de un modo tan
convincente que se animen a hacerlo suyo.
Caminar tras los pasos de Jesús exige vivir en estado de éxodo. Cada día exige sus
rupturas con prácticas acomodadas, rutinas, hábitos, incoherencias entre fe y
vida…Supone que los educadores cristianos nos asumamos como constructores de
caminos educativos nuevos que lleven a alcanzar la plenitud y no como dadores de
clases y programas, meros caminadores de sendas abiertas por otros, que no llevan a
donde queremos ir, que no van tras los pasos de Jesús.
Todo esto supone que los educadores cristianos debemos constituirnos en los
protagonistas de los cambios necesarios, levadura en la masa de la educación, que nos
esforzamos por vivir y construir los valores que proclamamos. Caminar haciendo
camino va a suponer sacudir rituales y rutinas, convertir nuestra aulas y centros
educativos en lugares de búsqueda, investigación y producción, lo que sólo será posible
si hacemos de la oración, la reflexión permanente, el discernimiento y el diálogo
prácticas habituales; si nos vamos asumiendo más como aprendices que como docentes,
lo que supone humildad, un estado de insatisfacción permanente y sobre todo, disfrute.
El educador cristiano es una persona que goza con lo que hace, que acude con ilusión,
“con el corazón maquillado de alegría”, a la tarea diaria de enseñar y curar, porque
entiende y asume la trascendencia de su misión, porque se siente educador, maestro, no
por obligación, sino por vocación.
Sabe y agradece que Jesús lo eligió para la misión de educar, que Él va a estar siempre
acompañándolo, dándole e ánimo y fuerzas para irse constituyendo como ese Hombre y
Mujer Nuevos que nos propone Don Pedro Casaldáliga.
Si el horizonte es el caminar, uno en cierta forma, irá siendo ya ese hombre y mujer
nuevos si de verdad, se esfuerza por serlo.
-Las Bienaventuranzas del educador cristiano
1.-Bienaventurado el educador que vive agradecido el don de su vocación, reconoce
humildemente que es un instrumento en las manos de Dios, y no tiene el corazón
apegado al dinero ni a los títulos.
2.-Bienaventurado el educador que enseña con la palabra y con el ejemplo, que vive lo
que enseña y su vida es su principal lección.
3.-Bienaventurado el educador que sabe leer el corazón y la mente de sus alumnos, que
es capaz de descubrir sus temores, sentimientos e ilusiones, y enseña a soñar sueños de
justicia y de grandeza y a ser fuertes y constantes en la construcción de sus mejores
sueños.
4.-Bienaventurado el educador que no sucumbe al desaliento ni a la rutina y renueva
cada día su compromiso y su esperanza.
5.-Bienaventurado el educador que no acepta un solo alumno sin educación o con una
educación mediocre, y se esfuerza por formarse permanentemente para dar lo mejor de
sí y ayudar a cada alumno a desarrollar sus potencialidades.
6.-Bienaventurado el educador que nunca ofende ni maltrata, ni con la palabra o con los
gestos, y que, porque tiene el corazón en paz, es un verdadero constructor de paz.
7.-Bienaventurado el educador cuya honestidad y entrega no siempre es comprendida
por sus compañeros o sus superiores, y denuncia con coraje y con valor las prácticas
deshonestas, autoritarias, injustas, sin importar las consecuencias que le traiga.
8.-Bienaventurado el educador que es capaz de reconocer sus propios errores y
equivocaciones y se esfuerza por no volverlos a cometer, capaz de pedir perdón cuando
ha fallado y siempre dispuesto a perdonar.
9.-Bienaventurado el educador que ama entrañablemente a cada alumno, que ama su
profesión y se esfuerza cada día por ser mejor y por desempeñar mejor su profesión.
10.-Bienaventurado el educador que alimenta cada día en la oración su firme decisión
de seguir fielmente a Jesús.
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